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Hola amiga, perdón que no te contesté el último audio. Hoy fue un día fatal. No sé por dónde empezar. Creo que me convertí en la persona más desgraciada del trabajo. No te jodo, creo que nunca me sentí tan imbécil. La semana pasada, Vir, mi encargada, propuso que hagamos un “Amigo invisible” para el día del amigo y como la idea gustó, aceptamos. Se puso un tope de plata bajo y además, dijo que el regalo tenía que estar acompañado de una dedicatoria para leer en voz alta cuando abriéramos los regalos. Creo que por eso, la consigna implícita era “sólo regalos equivocados”. Vos sabés que hace un montón de tiempo que quiero tener la excusa para confirmar cosas de Valerio, y esto del amigo invisible se convirtió en eso, en una oportunidad. Le pedí a Vir que cuando sorteara los papelitos del amigo invisible le diera el de Valerio a Antonela y que a Valerio le diera el mío. Vir me segundeó pero no fue una buena idea. Hoy abrimos los regalos.
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No te preocupes que no me contestaste, esto que me decía me parece mucho más importante que lo que te pedí. La verdad, a veces te escucho y siento que es como verte corriendo en cámara lenta hacia una daga. Para qué querés confirmar lo que con seguridad está pasando. Vos sabés que Valerio siguió su vida, y saber si está o no con Antonela no es algo que vaya a cambiar las cosas. Más cuando hace más de un año y medio que él te dijo que no.
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Comencé diciendo que esto no había sido una buena idea. No lo fue. Lo último que necesito son tus reproches. Sé que es frustrante verme así, pero necesito contarte todo lo que pasó para que estas palabras queden suspendidas en el aire y las filtre bien profundo en la tierra esta lluvia eterna. Te acordás que yo en su momento le había regalado un libro, ¿no? Que había pasado un montón de tiempo buscándolo, que no quería darle una edición pedorra, si no una linda, de tapa dura. Ya no es fácil conseguir libros lindos. Los de ahora, cuando los abrís y los soltás, se cierran solos. Pareciera que desprecian o se avergüenzan de lo que llevan dentro. Yo encontré una edición de tapa dura, que además, se sentía liviana como el algodón. Una hermosura. Igual, esperá, me estoy adelantando, volvamos al amigo invisible. La cosa es que esperé hasta hoy el día de los regalos. Vir abrió la caja donde estaban todos los paquetes y comenzó a repartirlos. El primero fue para Marcos. Su tarjeta decía “Tomalo como un piso”. Le regalaron un peine, y vos sabés que Marcos está pelado como un huevo. Ese primer regalo marcó el tono del evento… todos esperaban que cada regalo aportara a la gastada colectiva. El siguiente regalo, el de Virginia, estuvo bien pensado. Cuando la caja cierra con una diferencia de, ponele, dos pesos y todos le decimos que está bien, ella se empaca y dice “No está bien, está mal”. La tarjeta de su regalo decía “Te robaron tu filosofía de vida y ahora es best seller” ¿Te acordás del científico ese que cuando fue el debate del aborto le dijo a la senadora que decir que el síndrome de down no es una enfermedad “no está bien, está mal”? Bueno, escribió un libro que se llama “No, no está bien, está mal”. A Charly, que siempre se duerme o lo duermen, le regalé un despertador. Le puse: “Soy lo que no vuelve, mirame de frente”. A Mica, que siempre adivina todo, le regalaron diez cartones de Quini 6. El de Anto, una mierda: dos papas grandes lavadas y la tarjeta decía “Mejor practicá acá tu Make Up artístico”. Y así iban los regalos, todos tenían un chistecito. Hasta que llegó el de Valerio. Es decir, el que Anto le había comprado a Valerio. Cuando Vir lo sacó, era un paquetito chiquito. La tarjeta decía: “nunca confíes en un fruto que no de semillas”. ¿Entendés lo que puso la hija de remil puta esa? Uy, ahí llegó el micro, esperá que me subo y te sigo contando.
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No entiendo amiga, ¿por qué te molestaría tanto que pusiera eso en la tarjeta?
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Es que todos, absolutamente TODOS saben que no me gustan la gran mayoría de las frutas. Porque odio que tengan semillas, las detesto. Odio la mandarina criolla, odio la sandía, las peras, las ciruelas y sus carozos. Odio las manzanas, que además de sus semillitas horrendas, se tarda en pelarlas más que en rezar diez padrenuestros. Todos en el local me joden con eso. Valerio se me ha reído de que mire con desconfianza las naranjas y mandarinas híbridas, que en teoría no tienen semillas. Igual hay frutas que no odio, una se salva. Para mí, la fruta perfecta, la evolución sin fallas es y será la siempre noble y fiel banana. Su “packaging” es perfecto, y más importante aún, NO TIENE SEMILLAS. Entonces, qué querés que te diga. Esa tarjetita infeliz me es imposible no leerla como un dardo venenoso. El regalo en sí, si querés saber qué era, eran semillas. De faso. La detesto. Pero para peor, estuvo mi regalo, que ahora te cuento cuando baje del micro.
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No tenés que decirme nada. Te regaló tu libro, ¿no? Que le regalen a alguien un regalo tuyo es espantoso. A mí me pasó. Me regalaron un libro que yo le di a otra persona. Me di cuenta rápido, y lo terminé de confirmar cuando lo abrí porque adentro estaba mi dedicatoria. Un momento muy incómodo. No sé si te la había contado…
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Amiga, me hacés reir. Menos rencor y más amor, ¡perdonámela, ya pasó un montón de tiempo! Y no, no. No me “regaló” mi libro. La tarjeta de mi paquete decía: “Al crecer, el paladar madura. Pero para algunos, madurar sólo es de fruta”. Cuando rompí el envoltorio, me encontré un taper con forma de banana. Todos se cagaron de risa. La suma entre el regalo de las semillas y el del taper fue mucho. Disimulé, pero me sentí muy expuesta. Como si hubiese vuelto a tener trece años de nuevo, cuando se corrió la voz de que me gustaba Mariano Benitez Del Corro.
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Uff, que momento horrible. Lo último que esperabas era que este pelotudo te humillara con un regalo.
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Y… no. El tema es que no se terminó ahí, porque a pesar de que ya todos teníamos nuestros regalos, Vir vio que había uno más, que también decía “Anto”. Nadie entendía nada. El paquete era chiquitito. Antonela leyó en voz alta la tarjeta que decía: “Aunque no haga falta”. Abrió el paquete y todo el mundo empezó a aullar. Era un espejito de bolsillo. Un halo de misterio se apoderó de la habitación, porque Anto, además de un amigo invisible, ahora tenía un admirador secreto. Y si bien entre risas todos empezaron a acusarse entre sí, sólo yo vi que los ojos de ella se conectaron por un segundo con los de Valerio, que en silencio la miraba con su media sonrisa.
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Qué duro. Podrías haber confirmado lo mismo sin haber hecho toda la movida con Virginia. Igual, lo que no entiendo, es qué pasó al final con el libro.
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Ah, sí, faltaba eso. El día siguió, seguimos trabajando. En un momento fui al depósito a buscar algo. Y ahí los vi. Escuché cómo ella le agradecía el espejo y además, vi que le devolvía un libro. Mi libro, el de tapas duras, el que nunca se cierra. Le dijo que le había encantado. Y que le gustaba conocer las cosas que a él le gustaban ¿Entendés que como no tiene ideas propias, usó mi libro para levantarse a otra mina? El boludo la miraba como si él fuera una fruta hermosa llena de misterio. Y ahí entendí que hace un año y medio estoy enloquecida por un banana.